Bowling for Columbine es entretenimiento. Espectáculo de letra grande, neón, frase sonora. Se deleita con el gustillo de quien traga una gominola rosa. Prefabricada, se adentra con facilidad en los sedimentos de nuestro sentido común de ciudadanos de Europa. Es una narrativa de enorme plausabilidad debido a esa retórica cerrada, a esa ausencia total de puntos de fuga. Como sólo lo hace el verdadero espectáculo, ciertas nociones que flotan en el texto del documental alimentan o forman ya parte de las categorías con que gestionamos nuestras vidas cotidianas.
En el imaginario europeo de lo que significa ser progresista en EEUU, Bowling for Columbine está tan afianzada como Susan Sarandon o Barack Obama. El documental es un reflejo cómodo en el que todo europeo estándar gusta de mirarse. Un otro significativo primitivo, infantil, que te devuelve una imagen de ti mismo como europeo cívico, situado en otro estrato civilizatorio, obviamente superior, que ha eliminado toda forma de violencia no controlada por el Estado. Hay mucho de autocomplacencia en esa decodificación a la europea del texto de Moore, en esa pueril mirada civilizatoria. También mucha efectividad conductista -"¡funciona!"-. Se trata de la gominola cotidiana de la mirada europea sobre EEUU.